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ALIAS LA COCINERA

Cinco minutos, por favor, solo cinco. Poder sentarme unos segundos en el sofá y apoyar en lo alto las piernas. Cinco minutos para mí. Una bañera a rebosar de pompas jabonosas y con una mascarilla en la cara. Tan solo cinco. Me conformo con poco. Ya hace tiempo que renuncié a salir a hacer el café con las amigas, o ir al cine atracándome de palomitas, o a pasear a orillas del puerto. Cinco, y si vienen cinco mas de regalo, mejor. Cerraría los ojos. Me conformo con cinco. Qué débil sustituto del buen sexo, al cual renuncié desde hace tiempo, cuando los encuentros sexuales tenían además el aliciente de la clandestinidad. Ahora dos culaditas, gemidito, retirada y ronquidos. Bien mirado, está bien que sea visto y no visto, porque para hacer el papel de muñeca de látex no es necesario que se eternice. Lo malo es luego, esta muñeca de látex continua limpiando, cocinando... y no se guarda en una caja dentro del armario, si fuera así dispondría de esos cinco malditos minutos.

Cinco minutos que no tengo desde que nació Mario. Eso sí, un dolor de piernas permanente, los primeros signos de varices, y ni qué decir de las tetas caídas y la celulitis y las estrías en el abdomen.

Dicen que los niños traen un pan bajo el brazo, Mario vino defectuoso de fábrica, solo da gasto y poco dormir. Dicen que los hijos son la alegría de las casas, por favor, vengan a la mía, pasen y vean, a ver si eso es cierto…

- ¿Pones la comida? Tengo prisa.
- Estoy poniendo los platos...
- ¿No comes?
- No, no tengo apetito, estoy tan cansada.
- ¿Y el niño?
- Bien ¿Te gusta?
- Sí, te ha salido rico el cocido este. Así que Mario está durmiendo...
- No.
- ¿...?
- Pues no.
- ¿Entonces?
- La última vez que he visto a tu hijo flotaba en la olla del cocido que te estás comiendo. COMPARTIR:
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