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UN FULGOR DE AMOR QUE DESPIERTA

I.
Un fulgor de amor que despierta para María, prendido de sus rizos como gotas de agua salada. Ella aún no lo sabe, no pone aquella carita de bobalicona cuando se enamora, ni que ese hombre hermético, que le habla susurrante, logrará encender un paisaje sobre cero.

IX
Nadie. Nada. Baltasar quieto, con un ligero aleteo de nariz, los ojos entrecerrados mientras unas notas de Satie iban desfilando una tras otra por la moqueta. No se oía más. Ya no se oían los perros ladrar, ni el tráfico intenso que circulaba cada mañana. Baltasar encendió un cigarrillo, aspiró lento y fondo, expiró lentas volutas macilentas que se diluían en la noche sin luna ni estrellas. Un ruido metálico irrumpió en la habitación. Se oían ininteligibles dos voces, a lo lejos, como un eco extraviado. Baltasar abrió los ojos y aguzó el oído. El ruido cesó. Más firme ya la paz y más cerrada.

X
Cerró su casa al mundo. Pensaba en Baltasar ¿qué estaría haciendo? ¿Estaría con otra mujer? no importaba. ¿Estaría cenando? ¿Tal vez llorando? En ocasiones, muchas, le asaltaba la idea que Baltasar y ella estaban pensando lo mismo, simultáneamente, lejanamente también.

María se levantó y se acercó a la ventana. Había luces en las ventanas y microscópicas siluetas en movimiento, con sus pesares, sus sueños, sus anhelos. Volvió a pensar en Baltasar y musitó buenas noches. Consintió en su tiniebla sosegada. COMPARTIR:
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