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ANHELO DE RITO DE UNA NIÑA DE SUBURBIO

Durante la niñez y siendo cría de suburbio por asfaltar, rodeado de descampados, vertedero y escombrera a la vez, pasto de ratas como liebres, ir a pasear y merendar al cementerio era como ir a un jardín, o al parque, como mínimo era lo más parecido a él, con sus pasillos de gravilla donde las pisadas sonaban sosiego, las flores, las estatuas, los árboles frondosos, la pacificación inexistente extramuros del cementerio. En la actualidad ese cementerio alberga los comensales ausentes de su almuerzo navideño, menos uno.

El tramo de las Ramblas que elude y circunvala y los jardines de la maternidad de Les Corts están íntimamente relacionados, impensables el uno sin el otro. Dos manchitas de sangre en las Ramblas anunciaron agoreras lo que desoladamente lloró en los jardines de la maternidad. La gestación había cesado, el embrión de doce semanas no prosperaba y había renunciado a cualquier actividad cardiaca, pero éste se aferraba numantino en la matriz, vano intento si ansiaba que le insuflase de nuevo vida, éste esperó dos días más, se mantuvo firme a pesar del gota a gota y la medicación que debía facilitar y precipitar su desprendimiento uterino. Fue abrigado hasta el quirófano donde claudicó con un chof.

Al mortinato, si la gestación ha superado las veintidós semanas, se le otorga certificado de defunción y exequias, pero desde la concepción hasta esa semana fronteriza los embriones malogrados son procesados como residuos sanitarios. Así, la niña de suburbio por asfaltar se consuela que su deseado y perdido hijo no está solo, está muy, pero que muy bien acompañado por apéndices, tumores y callosidades anónimas. COMPARTIR:
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