Antonio Carvajal
Cerró su casa al mundo. Nadie, nada.
¡Qué súbita la paz! Cerróse el cielo.
Durmió. Soñó. Ni un grito, ni un anhelo:
más firme ya la paz, y más cerrada.
Todo noche del mundo, y tan lograda
felicidad de ausencia sin desvelo.
Ni flor ardiente o ruiseñor con celo
consintió en su tiniebla sosegada.
Y ante sus ojos ya no hubo más día
y no hubo ya ni penas ni murmullo.
Durmió. Y se soñó, infinitamente.
Pero el mundo, sin sueño, proseguía
y, hasta una vez fugaz e indiferente,
pasó junto a un cadáver. Y era el suyo. COMPARTIR:
Cerró su casa al mundo. Nadie, nada.
¡Qué súbita la paz! Cerróse el cielo.
Durmió. Soñó. Ni un grito, ni un anhelo:
más firme ya la paz, y más cerrada.
Todo noche del mundo, y tan lograda
felicidad de ausencia sin desvelo.
Ni flor ardiente o ruiseñor con celo
consintió en su tiniebla sosegada.
Y ante sus ojos ya no hubo más día
y no hubo ya ni penas ni murmullo.
Durmió. Y se soñó, infinitamente.
Pero el mundo, sin sueño, proseguía
y, hasta una vez fugaz e indiferente,
pasó junto a un cadáver. Y era el suyo. COMPARTIR:
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