Los retazos y las escrituras no se pueden copiar ni usar sin autorización

ALUMBRANDO

He forjado futuros inviables y mares posibles. Ahora sé que el amor existe, que es, que está a mi lado aunque no tenga forma corpórea. También existe la dulzura y el fármaco amargo del desencuentro y el arribar salva al puerto gracias a una estiba inesperada.

He salido de una perplejidad para aventurarme en más perplejidades que también me atemorizan, pero no puedo reprimir esa experimentadora que siempre fui y no llegué a reconocer, que no he querido reconocer. ¿Por qué niego evidencias? Preferí creer en la falsedad de las lágrimas del vidente que me tomó las manos, y susurró lo que susurró muy quedamente al oído, antaño. Pero ahora dudo, dudo e intento rememorar ese momento y hallar los trazos de lo que certeramente vislumbró, pero han sido necesarias demasiadas mudas de piel desde entonces y un olvido que niega ser olvido, solo acallado, en espera de tiempos mejores.

Y llegó el viento huracanado, desvencijó la miserable casa donde habitaba y orilló mis secretos. Le desafié a llevárselos consigo, pero difícilmente será: si no hay una tumba donde llorar tampoco la hay para arrebatar. El viento tortuoso insiste en su empeño, se ha percatado que es el hijo nonato quien salvaguarda mis secretos y estoy segura que no los buscará hasta el dolor que ya no duele más. Tras su vulnerabilidad reapareció el deseo y se cumplió lo vaticinado por el vidente, una tarde, siglos antes, bajo el sol de Marrakech.

Recuerdo haber escrito, entonces, un intento de conjura, sobre un hombre árabe que olía a canela. Curioso. Ese olor, ahora, lo llevo adherido como la leyenda de la serpiente de la Kotubia que la alimentan con huevos duros. COMPARTIR:
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